domingo, 15 junio, 2025
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De qué habla Cristina cuando se defiende

Continúa de ayer : Otro fracaso social

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Quizás imitando a Lula en su discurso de despedida previo a su detención en 2016 cuando dijo: “No importa cuántos días me tengan preso, porque cuantos más días pasen, más Lulas surgirán”, Cristina Kirchner en su despedida en la puerta del PJ tras su condena terminó diciendo: “Se equivocan porque me pueden meter presa, pero la gente cobra salarios de miseria o pierde el trabajo, las jubilaciones van a seguir sin alcanzar y no van a llegar a fin de mes, los medicamentos cada vez están más caros e inaccesibles. Pueden hacer todo eso y no les va a servir. Tardará más o menos tiempo, pero el pueblo finalmente es como un río, se le ponen piedras, se le puede desviar el cauce, pero el agua cuando se filtra, pasa”.

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Independientemente de que ninguna acción a favor de la mayoría de los ciudadanos disculpe hechos de corrupción, astutamente Cristina nunca utilizó su retórica para explicarle a la opinión publica la inexistencia de relación entre su esposo (ella también fue su heredera) y ella misma con Lázaro Báez, igual vale reflexionar sobre su pronóstico y cuál sería el mejor modelo político-económico para generar mayor cantidad de bienestar a la mayor cantidad de argentinos (ética utilitarista), algo que trasciende a las ideologías porque todas, por lo menos en su propuesta, dicen procurarlo y como siempre la discusión no es sobre los fines, sino sobre los mejores medios para lograrlo.

Aunque alguien –como es mi caso– nunca haya votado a Néstor o Cristina Kirchner ni siquiera a un candidato peronista, no puede no sentirse interpelado por las manifestaciones de dolor y solidaridad de los partidarios de Cristina Kirchner tras su condena. Si bien es cierto que no es difícil que un político logre muchos seguidores y hasta fanáticos, Milei es el mejor ejemplo, lo que no es común es que los mantenga pasado más de una década fuera de la Presidencia. Algún bien tuvo que haber hecho a una suficiente cantidad de personas y las ideas que expresa, resultar plausibles a una parte significativa de la sociedad, para que su repetición se siga escuchando en el presente.

Argentina fue, aunque muy menos todavía lo es, el único país latinoamericano con la clase media como el sector social más numeroso. Los otros dos grandes países de la región México y Brasil nunca dejaron de ser sociedades de clase alta, una clase media administradora limitada a las necesidades de la clase alta, y una clase baja trabajadora o directamente excluida muy mayoritaria. Lula sacó de la pobreza 40 millones de brasileros, pero cuando asumió en 2002 la población era de 178 millones y hoy son 219 millones, otros 42 millones más.

Los países con un sustancial componente poblacional precolombino siguen estancados en diferencias casi antropológicas que no se pudieron erradicar definitivamente, y el Caribe lucha contra sus limitaciones geográficas. Las únicas excepciones fueron Uruguay que con todo respeto por su tamaño, está bastante acoplado a la economía argentina y últimamente Chile que con el crecimiento de las últimas décadas redujo su desigualdad, pero sigue siendo muy desigual. Cualquiera que haya viajado lo suficiente por América Latina o haya vivido un tiempo en alguno de estos países percibió que el modelo social económico es el mismo: clase baja muy mayoritaria, una clase media proporcionalmente no muy numerosa, administrando la riqueza de la pequeña clase alta. Y así funciona hace muchas décadas casi sin consciencia de mucha necesidad de cambio.

¿Podría funcionar económicamente así Argentina? La respuesta es que sí, y que con sus matices por su potencial productivo más parecido a Brasil y México que a Perú o Colombia. ¿Pero podría funcionar así socialmente después de haber sido diferente en el pasado? Eso el devenir lo dirá: se intentó en la última dictadura, se intentó en los 90 y se está intentando ahora –más allá de que quien lo instrumenta no crea que ése sea el resultado final–, pero siempre operó una resistencia que tampoco nunca logró imponerse ni ser sustentable.

La edición del 7 de junio de la revista política más importante del planeta, The Economist, dedicó una nota al estancamiento en las mejoras sobre inequidad en Latinoamérica, y sintomáticamente su foto de apertura donde una toma aérea muestra la división de un barrio popular y un barrio de casas residenciales no es como era en el pasado de San Pablo, sino de San Isidro en la provincia de Buenos Aires.

Titula la nota con “Todavía divididos” y explica que a pesar de las mejoras a partir del crecimiento del precio y la demanda de materias primas, que con sus aumentos y retrocesos son mucho mayores que en los años 90, Latinoamérica sigue siendo la parte del mundo con mayor inequidad de la distribución de la renta después de África sub-Sahariana. Sostiene que la inequidad tiende a ser mayor en los países más pobres pero, paradójicamente, el producto bruto per cápita de Latinoamérica es cuatro veces mayor que el de África.

Ilustra la nota con el gráfico que también acompaña esta columna sobre la evolución del Coeficiente Gini que mide la desigualdad en la distribución de ingresos dentro de una población que va de cero, donde todos reciben lo mismo, a uno donde solo una persona se queda con toda la riqueza. El gráfico muestra cómo en 2003 comienza a reducirse la desigualdad, las mejoras se estancan en 2015 y empeoran en la pandemia.

El Coeficiente Gini no captura desigualdades estructurales como acceso a salud, educación y cualquier otro activo no monetario que aumentaría la ventaja que ya tienen Argentina y Uruguay como países más igualitarios de Latinoamérica.

El economista Ricardo Arriazu, considerado el más cercano a ciertas posiciones teóricas de Javier Milei, alertó recientemente que: “sin un plan de desarrollo real el programa económico actual podría agravar la pobreza y convertir el éxito en tragedia”. Ese éxito sería peruanizar la economía argentina con estabilidad macroeconómica, pero sin movilidad social ascendente, estratificando como normal el aumento de la pobreza acumulado en el último medio siglo solo reducido parcialmente entre 2003 y 2015.

De eso habla Cristina aunque ella no tenga la solución. El riesgo es que la estructura social de Argentina se asimile definitivamente a la del resto de Latinoamérica.

Es más fácil lograr estabilidad macroeconómica sin responsabilidad social. Es más fácil distribuir sin crear riqueza primero. Es más complejo crecer, distribuir y ser estable que solo esto último. Pero lo más difícil es lo mejor para el 95% de la población. Habrá que ver si Milei tiene un segundo tomo en su manual económico. Como también advirtió Arriazu, “es más fácil destruir que construir”.

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