Llegar a un refugio implica caminar. Eso es innegociable. En invierno, cuando los senderos se visten de blanco y el aire tiene filo, cada paso vale más. No es lo mismo subir con sol primaveral que con una nevada reciente. Pero ahí está el encanto: uno gana el refugio con esfuerzo. Y lo que se conquista con las piernas, se disfruta con el alma. La recompensa no tarda. La silueta del refugio aparece entre los árboles, con el humo saliendo del caño de la estufa y alguna ventana empañada que delata vida adentro. Se abre la puerta y la escena es universal: mochilas apiladas, un guiso al fuego, manos que se calientan en tazas de esmalte, y miradas que dicen “llegaste, bienvenido”. En invierno llegar significa nieve en el camino, huellas que desaparecen con el viento y un esfuerzo físico que es tanto parte del viaje como el destino mismo.
En el refugio no importa ser local o extranjero, principiante o montañista experimentado. Todos llegan con las mejillas rojas por el frío y los ojos brillando por lo que acaban de atravesar. El crujir de la nieve bajo las botas se apaga al cruzar el umbral, y en su lugar aparece algo más cálido: el murmullo de las conversaciones, el aroma a sopa casera, el chocar de las tazas de té o vino caliente.
El alma mater del lugar es el refugiero, siempre hay uno que vive allá arriba, que conoce cada piedra, cada nube que pasa, cada truco para mantener caliente una cabaña de madera en medio de la montaña. El refugiero no sólo cuida el lugar: lo habita, lo transforma, lo comparte. Conoce el clima mejor que cualquier pronóstico. Sabe cuándo conviene no salir, dónde es preferible esperar y cómo improvisar cuando las cosas se complican. Pero más allá de la logística, el refugiero es anfitrión y narrador. Tiene historias de tormentas, de caminantes que llegaron sin guantes, de visitas que se quedaron una noche y terminaron ayudando a preparar tortas fritas para 40 personas.
En un refugio, la comida no es un detalle, es parte del rito. Llegar con hambre y sentarse frente a un plato caliente es algo simple, pero allá arriba se vuelve sagrado. No hay delivery ni supermercados cerca. Todo lo que se sirve subió a pie, en cuatriciclo o a lomo de mula. Y eso se nota en el sabor y en el gesto agradecido de quien lo recibe: guisos espumosos, risotos humeantes, lentejas que devuelven el alma al cuerpo. Y, claro, el infaltable pan casero, amasado en la mañana mientras el refugio todavía duerme. Algunos anfitriones incluso sorprenden con cervezas artesanales o postres improvisados. La cocina se convierte en un punto de encuentro, donde la gente conversa, espera su turno para lavar un plato o se queda cebando mate hasta que se apagan las velas. Quizás una de las cosas más inolvidables de un refugio no sea el paisaje, sino las personas. Lo que se dice mientras cae la noche. Las charlas junto a la salamandra. Las confesiones que brotan porque no hay señal de celular y sí mucho por decir.
La noche en estos sitios tiene sus propios rituales. Algunos conversan largo alrededor de la mesa, otros prefieren retirarse temprano a las cuchetas de madera, organizados como camarotes de un barco inmóvil en la montaña. El silencio nocturno es casi total, apenas interrumpido por el crujido de la madera o algún ronquido lejano. Las bolsas de dormir se alinean como capullos y cada uno encuentra su lugar. Dormir ahí no es lujoso, pero tiene su magia. El cuerpo cansado se entrega al descanso, mientras la montaña respira afuera, quieta y eterna. Si hay luna llena, su luz se cuela entre las rendijas, tiñendo de plata los techos y los sueños. Algunos salen en silencio a verla. Es un farol en lo alto del mundo. Un espectáculo sin entrada.
Un día típico entre nieves y nubes
Al amanecer el sol entra tímido por la ventana. Afuera, la montaña cruje bajo una nueva capa de escarcha. Adentro, alguien ya está calentando agua para el mate. Se estiran los cuerpos descasnados en bolsas de dormir, suenan las primeras risas, se intercambian planes para el día. Algunos salen a caminar hasta un mirador. Otros se quedan leyendo, contemplando, tomando mate, ayudando en la cocina. Los más inquietos intentan una cumbre cercana o una travesía a otro refugio si el clima lo permite. Siempre hay algo que hacer, aunque no hacer nada también sea un plan aceptable.
La tarde llega rápido en invierno. De a poco, los excursionistas regresan al calor del hogar. La ropa húmeda se cuelga cerca del fuego. Se repiten las meriendas con pan recién horneado. La noche llega con promesa de estrellas y con la certeza de otro guiso por venir. Al final, eso es un refugio: mucho más que un lugar donde dormir. Es un microcosmos donde el tiempo corre distinto. Donde se valora lo esencial. Donde se aprende que el frío puede doler, pero también que la solidaridad calienta. Y donde, con suerte, uno baja no sólo con fotos sino con una historia para contar.
Se trata de una experiencia única que, por lo general, quien la descubre la repite. Es aspiracional, cuestión de dar el primer paso, y este invierno puede ser una buena alternativa. A continuación, una lista con seis propuestas que requieren mínima exigencia física (siempre se necesita un poco de pulmones para subir y de rodillas para bajar, porque las sendas tienen marcados desniveles) y que resultan muy atractivas paisajísticamente. Sólo es cuestión de animarse a descubrir estas joyas de la montaña.
Refugio Jakob (Bariloche, Río Negro)
Ubicado a 1.640 msnm junto a la laguna Jakob, en el Parque Nacional Nahuel Huapi, el refugio San Martín –popularmente llamado Jakob– es uno de los más visitados por montañistas de todo el país. Administrado por el Club Andino Bariloche, ofrece alojamiento rústico, comida casera, proveeduría y una zona de acampe. Se llega en unas 6 a 8 horas de trekking desde Tambo Báez, tras atravesar bosques, arroyos y vistas imponentes. En invierno el acceso requiere raquetas o esquí de travesía y experiencia en montaña. Es pieza clave de la famosa travesía de los “Cuatro Refugios”. El lugar cuenta con agua potable, baños, energía solar y atención todo el año. Es obligatorio registrarse antes de ingresar y reservar previamente para pernocte. WhatsApp: (+54 2944) 663116. Web: refugiojakob.com.ar | Instagram: @refugiojakob
Refugio Emilio Frey (Bariloche, Río Negro)
Enclavado a 1.700 m de altura en el Parque Nacional Nahuel Huapi, es uno de los destinos más emblemáticos para los amantes del trekking y la escalada en Bariloche. Ubicado a orillas de la laguna Toncek y al pie de la aguja Frey, su entorno de torres de granito lo convierte en un paraíso para escaladores de todo el mundo. Fue inaugurado en 1957 y es administrado por el Club Andino Bariloche. El refugio rinde homenaje al ingeniero Emilio Frey, pionero en la exploración de la región y figura clave en la historia del montañismo argentino. Su arquitectura combina piedra y madera, integrándose con el paisaje andino.
El sitio ofrece alojamiento para hasta 35 personas, con dormitorios equipados con colchones, frazadas y almohadas. Además, cuenta con un comedor con calefacción a leña y un menú de comidas caseras, incluyendo opciones vegetarianas y veganas. También dispone de una zona de acampe para quienes prefieren dormir al aire libre.
Para llegar existen varias rutas: el sendero tradicional desde Villa Catedral: una caminata de 4 a 5 horas, con un desnivel de 700 metros; la Picada Eslovena desde Villa Los Coihues: unas 5 horas de caminata, atravesando bosques y arroyos; y el Filo del Catedral: una opción más exigente, pero sólo recomendada para verano y con buen clima. Es obligatorio realizar el registro de trekking por seguridad y reservar con anticipación para pernoctar. El Frey no sólo es un punto de partida para diversas travesías, como la famosa Travesía de los Cuatro Refugios, sino también un lugar donde la naturaleza y la historia del montañismo argentino se entrelazan, ofreciendo una experiencia inolvidable en la Patagonia. Sitio web: refugiofreybariloche.com
Refugio López (Bariloche, Río Negro)
Es uno de los refugios de montaña más accesibles y emblemáticos de Bariloche. Inaugurado el 15 de abril de 1933, fue bautizado por el Perito Moreno en honor a Vicente López y Planes, autor del Himno Nacional Argentino. Ubicado a 1.620 msnm en el cerro López, su acceso comienza en el Km 22,5 del Circuito Chico, donde un sendero bien señalizado cruza el arroyo López. La caminata, de dificultad baja a media, recorre aproximadamente 11 km con un desnivel de 770 m y una duración estimada de 2 a 3 horas. Durante el ascenso, se atraviesan bosques frondosos y miradores panorámicos que ofrecen vistas impresionantes del lago Nahuel Huapi.
En cuanto a infraestructura, posee capacidad para 100 personas, ofrece dormitorios compartidos, comedor con platos caseros, baños y luz eléctrica. Además, cuenta con una zona de acampe equipada con baños y agua caliente. Desde allí se pueden realizar excursiones a picos cercanos como el Pico Turista y La Hoya, así como travesías hacia otros refugios como Laguna Negra y Jakob. Debido a su altitud, la zona conserva nieve hasta entrado el verano, lo que permite actividades como caminatas con raquetas y esquí de travesía en invierno. Para llegar en transporte público, se puede tomar la línea 10 de colectivo desde el centro de Bariloche hasta la entrada del sendero en el Circuito Chico. Es recomendable consultar los horarios actualizados y registrarse en el Parque Nacional Nahuel Huapi antes de emprender la caminata. WhatsApp: +54 2944 341194.
Refugio Piltriquitrón (El Bolsón, Río Negro)
Ubicado a 1.500 m sobre el nivel del mar, se encuentra en el cerro homónimo, y ofrece vistas panorámicas del valle de El Bolsón y de Lago Puelo. El acceso comienza en la ciudad, desde donde se recorren 13 km por un camino de ripio hasta La Plataforma, punto de partida del sendero que tras una larga hora de caminata lleva al refugio, previo paso por el Bosque Tallado. Servicios: alojamiento (para 20 personas), área de camping gratuita, cocina equipada con vajilla, baños con agua corriente en verano y letrinas en invierno, duchas con agua caliente. Instagram: @piltriquitronrefugio | Tel.: (+54 9 294) 4120310.
Refugio La Playita (El Bolsón, Río Negro)
Enclavado en el Valle del Río Azul en El Bolsón, es el primero de una red de refugios interconectados en la región. Ubicado a 600 msnm, se accede a él tras una caminata de 2 a 3 horas desde Wharton, recorriendo aproximadamente 8 km por senderos bien señalizados que cruzan pasarelas sobre los ríos Blanco y Azul. Al igual que otros, ofrece alojamiento rústico con plazas limitadas y una zona de acampe a orillas del río. Los visitantes deben llevar su bolsa de dormir y pueden acceder a cocina compartida, baños y duchas con agua caliente. Además, cuenta con una proveeduría básica y un menú que incluye comidas caseras y cerveza tirada.
Se trata de un sitio ideal para quienes buscan tranquilidad y conexión con la naturaleza. Su cercanía a otros refugios como La Tronconada, Cajón del Azul, El Retamal y Los Laguitos lo convierte en un punto estratégico para explorar la red de refugios de la zona. Para llegar se puede tomar la RN 40 desde El Bolsón hacia el norte, desviarse en Mallín Ahogado y continuar hasta Wharton, donde inicia la caminata. También hay transporte público disponible desde la plaza Pagano de El Bolsón. Por su encanto, La Playita es más que un refugio: es una experiencia que combina aventura, hospitalidad y la belleza del paisaje patagónico. Tel.: (+54 294) 4938798, [email protected]
Refugio La Tronconada (El Bolsón, Río Negro)
Situado en el Valle del Río Azul, es una joya escondida en la Comarca Andina de El Bolsón. Ubicado a 9 km de Wharton, se accede tras una caminata de 3 a 4 horas por senderos bien señalizados que cruzan pasarelas sobre los ríos Blanco y Azul. Ubicado a 553 msnm, ofrece alojamiento rústico con plazas limitadas y una zona de acampe. Los visitantes deben llevar su bolsa de dormir y pueden acceder a cocina compartida, baños y duchas con agua caliente. Además, cuenta con una proveeduría básica y un menú que incluye desayunos, minutas, platos elaborados y cervezas.
Construido en 1999 sobre un antiguo puesto, el refugio abrió al público en 2001 y desde entonces ha sido un destino apreciado por su ambiente acogedor y su entorno natural. Rodeado de bosques de coihue y al pie del cerro Dedo Gordo, La Tronconada es ideal para quienes buscan tranquilidad y conexión con la naturaleza. Su cercanía al Cajón del Azul lo convierte en un punto estratégico para explorar otros refugios como El Retamal, El Conde y Los Laguitos. Para llegar, se puede tomar la Ruta 40 desde El Bolsón hacia el norte, desviarse en Mallín Ahogado y continuar hasta Wharton, donde inicia la caminata de unas 3 o 4 horas. También hay transporte público disponible desde la plaza Pagano del centro de El Bolsón. Contacto por radio VHF: 150.870.